La guerra mortal contra el COVID-19

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Tal y como fue predicho en el Foro Global de América Latina y el Caribe, celebrado en la ciudad de Nueva York a principios de este pasado otoño las secuelas del COVID-19 en las economías latinoamericanas tendrán una repercusión  insospechadas hasta el momento.

Las principales economías siguen financiándose a través de préstamos y emisiones de bonos, lo que da traste a una inflación progresiva en la mayoría de nuestros países.

La pandemia del COVID-19 ha repuntado y está presente por todas las esquinas del globo terráqueo, y contrario a los que muchos habían dicho al parecer algunos expertos químicos tenían la razón: si no hay cierre total del planeta por un periodo de 14 días no habrá quien detenga las diferentes variantes.

Este dato fue contradicho por los gobiernos mundiales y las economías han seguido abiertas, y el flujo turístico se ha en alza en diferentes partes del mundo. Sin embargo, cuando se parecía alcanzar una nueva normalidad, la variante Ómicron, aunque menos letal que la Delta, se contagia ocho veces más rápido y este es el verdadero peligro.

En estos momentos, gran parte de la población mundial está vacunada y esto disminuye efectos mayores. Sin embargo, el virus sigue avanzando. Las precauciones más elementales – como el uso de la mascarilla y el evitar aglomeraciones – ya no existe en gran parte del mundo.

En Estados Unidos, por ejemplo, ciudades como Nueva York estaban permitiendo que las personas vacunadas pudieran acceder a actividades públicas de grandes aglomeraciones sin usar las mascarillas.

Esto ha probado que estos eventos son focos de contagio en mucho de estos eventos. Se ha explicado que el estar vacunado no hace que la persona esté inmune a la transmisión, y muchas personas desconocen de esto. A raíz de esta situación, muchos expertos en economía han dicho que el mundo podría tener un colapso en el sistema financiero mundial si la recuperación económica no va acompañada de la recuperación social.

Cada individuo que se infecta representa un desafío para toda la raza humana. Su familia se preocupa, el lugar de trabajo entra en alerta máxima por el posible contagio, y finalmente ese individuo se convierte en una carga para el sistema sanitario de ese país en particular.

Entonces, esto nos lleva a preguntarnos qué resulta mejor al final: ¿Cerramos el mundo por unas cuantas semanas para evitar las propagaciones de nuevas variantes, o decidimos durar una o dos décadas en calamidad sanitaria y financiera? Esto es una pregunta válida para nuestros líderes.

Los ciudadanos deben tomar en serio la amenaza y no bajar la guardia en cuanto a prevención.

Cada ciudadano afectado por el virus representa un drama en varias escalas. Su familia se preocupa, su centro de trabajo pierde momentáneamente a uno de los suyos, y el sistema sanitario se sobrecarga en las demandas de atenciones.